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POR LA LECTURA AL RECONOCIMIENTO

Mg. Mélida Ascencio de Rolón

Abril de 2021

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Paulo Freire privilegia la comprensión crítica en el acto de leer; en virtud de que el proceso no se agota de ninguna manera en la decodificación pura del lenguaje escrito, sino que se anticipa y prolonga en la realidad del sujeto que lee. Así, la lectura del mundo resulta precedente y desde luego consecuente, a la lectura de la palabra; es decir, la lectura del texto natural, el contexto, la circunstancia propia, como diría Ortega y Gasset tiene lugar por el descubrimiento del mundo por parte del mismo sujeto. En relación recíproca e inmanente se conectan entonces, lectura del mundo y lectura del texto, para dar lugar a otras manifestaciones, nuevas formas de ser y estar en el mundo.

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Se trata de un corpus cultural conformado por eventos, situaciones y acontecimientos; siempre susceptibles de cambio que, aun cuando enlazan en la dinámica misma del diario acontecer permaneciendo a la vista; no se revelan, sino que esperan, ante todo, para ser identificados por el sujeto que lee, como paso estructural en el acontecer educativo.


Es así, como a partir de ellos y más allá de ellos, la escuela, en efecto genera por la acción de leer, dinámicas que permiten la movilización del individuo a través de la autorregulación.


Se asume, entonces que, las formas y expresiones propias del sujeto, que siempre han estado presentes en la vida escolar; es decir, aquellas manifestaciones que en los manuales de convivencia, diarios y observadores resultan tipificadas como faltas o transgresiones; en últimas, no pasan de ser elementos que permiten la identificación de un entramado social y, en consecuencia, resultan determinantes a la hora de generar procesos por parte del sujeto que lee.


Tales cambios tienen relación entonces, con aquellos elementos que a lo largo del proceso de investigación se han identificado como sustratos y adstratos, en correspondencia con un ejercicio de confrontación que, en efecto tiene lugar al interior del sujeto (tanto individual como social). He ahí el papel transformador de la escuela, sobre la base de las bondades propias del acto de leer.


El sustrato y el adstrato[1] resultan complementarios y determinantes en el proceso formativo; en virtud de que el acto pedagógico, de naturaleza colectiva orienta al individuo, por las bondades de la lectura hacia el bien ser, el bien estar y el bien hacer; sin perder de vista, que todo cambio abre paso entre un bien menor y un bien mayor.

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De ahí que, el proceso escolar, en este caso, se haya identificado como pedagogía del reconocimiento. Se trata de una especie de ruptura frente a criterios de normalidad/anormalidad, loable/punible, aceptable/condenable; por lo que, la vivencia escolar pasa entonces a entenderse como simple manifestación cultural, siempre susceptible de cambio; un poco en relación con los postulados de Buenaventura, para quien los problemas de la vida pueden y deben pasar al tablero.

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El sustrato, recogiendo aquellos elementos del mundo que habita y es habitado por el niño, tales como posesiones, creencias, destrezas, habilidades, inclinaciones, anhelos, ilusiones, sueños, temores, desesperanzas, asimila, desde luego, saberes iniciales o presaberes y, pasa a conformar un mundo que espera ser develado por el acto de leer.

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Así, los elementos del sustrato pasan a la escuela, en el marco de una secuencia didáctica planeada y desarrollada; no como parte de un proceso, que en algún momento haya de ser considerado de manera mecánica, objeto de estudio (mirar la realidad desde fuera para proponer un cambio), sino que, en todo caso, han de ser asumidos y asimilados, gracias a las bondades de la lectura como parte estructural del acto pedagógico. De ahí que resulte inherente el hecho de ver como sinónimo de cambio. Se trata de una revelación histórica generada al interior del sujeto, en virtud del acto de leer.

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El adstrato corresponde a los saberes propios del mundo social; es decir, aquello que está en el mundo que rodea al niño y que aun cuando no ha sido asumido por este, permanece ahí como parte estructural del entorno. Probablemente haga parte de transacciones, ritos, costumbres; tal vez creados o ideados en momentos coyunturales por el núcleo social y hechos vida en virtud del mismo clima social que rodea al niño. Se trata de elementos que siendo parte del mundo que le rodea, apenas comienzan a introducirse en su realidad personal y, en consecuencia, pudiera decirse que están siendo procesados; es decir, no han sido asimilados aún en toda su dimensión por parte del sujeto individual.

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Tanto el sustrato como el adstrato, en definitiva, resultan significantes y adquieren peso particular en el proceso formativo; puesto que se van entretejiendo de manera gradual, desde la didáctica propia de las distintas áreas del conocimiento. Es así como la lectura se constituye en elemento fundante en el marco de la pedagogía del reconocimiento.


Abril de 2021

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[1] Estos componentes: sustrato y adstrato son analizados por Lezama y Urrutia (1999), en el contexto de la evolución histórica de las lenguas. Por afinidad, se adoptaron estos términos, a lo largo del proceso de investigación, para aludir a los inventarios existentes tanto en el ser individual como en el ser social y se hace uso del término vida escolar para identificar las formas que a diario van apareciendo; siempre serán susceptibles de cambio.

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Mg. Mélida Ascencio de Rolón

Abril de 2021

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